Recién llego del colegio Santa Catalina: el matrimonio de Patricia y Alberto Delfino nos dieron dos bolsas grandes de milanesas de Microsules Argentina. El producto se llama "Sojadiez"
Están deshidratadas, por lo que es un gran alimento para enviar y la soja es una fuente muy importante de proteínas. Además nos dieron algunos anteojos mas.
Aprovecho para contarles que los Delfino se encontraban junto a otra señora (no recuerdo el nombre!) cocinando para gente necesitada en el comedor del colegio. Este matrimonio hace una obra fenomenal trabajando para los necesitados de San Telmo y Constitución. Si alguien está interesado en colaborar, comuniquensé conmigo que yo los contacto. Son dos personas maravillosas que demuestran que el evangelio es el punto de partida para llevar a la práctica el amor al prójimo.
Por otro lado, Alberto ha escrito un par de artículos sobre su experiencia.
A continuación les transcribo uno de ellos. Es conmovedor:
La paz que busco
Después de una semana dura de trabajo, donde la vorágine cotidiana me obliga a competir con mi amigo y a negociar con mi hermano para poder sobrevivir, los viernes a la noche me desprendo de mi traje y mi corbata y me pongo mi campera y mi bufanda y salgo a las calles frías de Constitución y Barracas con un termo debajo del brazo en busca de los cartoneros.
A poco caminar, en cualquier esquina del barrio, los encontramos hurgando lo que nosotros tiramos.
Luego de servirles un vaso de mate caliente y una porción de torta comienza lo otro, lo diferente, lo importante para nosotros, aunque luego descubrí que era importante también para ellos: El dialogo, ellos siempre están dispuestos a contarnos de lo que les pasa, de sus familias, de lo que perdieron, de lo que extrañan, de lo que piensan, de lo que quieren.
Es en ese momento donde se produce la magia, la transmutación de los roles, donde se cambian, se mezclan y se trastocan los personajes:
El cura se cree cartonero, el cartonero se vuelve misionero, los misioneros nos volvemos magos, los malos nos creemos buenos los buenos nos creemos malos y en la noche destemplada de junio, yo mendigo una palabra que me caliente el alma. Es que me transformo en cartonero para buscar entre la basura aquel pobre Cristo agradecido que me extienda su mano “sucia” a cambio de un vaso de mate caliente.
No se por que misterio, se produce una simbiosis, donde en un gesto de agradecimiento mutuo, unos agradecen un poco de calor en el estomago y otros un poco de calor en el espíritu, aunque no puedo darme cuenta quienes son “los unos” y “quienes los otros”.
Entonces me doy cuenta que no somos tan distintos, nosotros también perdimos cosas y hoy extrañamos eso que nos hace falta, y si nos miramos bien, también tenemos las manos un poquito sucias de hurgar en la “basurita” que tenemos en algún rincón oscuro de nuestro corazón. Por eso nos identificamos con ellos y cuando nos identificamos con el que nos necesita llega la reconciliación y la paz.
Si, yo necesito de esa mano que se ensucio con la basura porque he sentido en lo profundo de mí que con su apretón de manos, con su beso y con su sonrisa, el cartonero me transmite su paz, la paz que busco.
Por eso, sé que esta paz, la que nos deseamos todos los viernes en la iglesia, cuando nos despedimos, es la que nos trasmitió, momentos antes, un Cristo Roto, un Cristo Cartonero.
Alberto Delfino
Están deshidratadas, por lo que es un gran alimento para enviar y la soja es una fuente muy importante de proteínas. Además nos dieron algunos anteojos mas.
Aprovecho para contarles que los Delfino se encontraban junto a otra señora (no recuerdo el nombre!) cocinando para gente necesitada en el comedor del colegio. Este matrimonio hace una obra fenomenal trabajando para los necesitados de San Telmo y Constitución. Si alguien está interesado en colaborar, comuniquensé conmigo que yo los contacto. Son dos personas maravillosas que demuestran que el evangelio es el punto de partida para llevar a la práctica el amor al prójimo.
Por otro lado, Alberto ha escrito un par de artículos sobre su experiencia.
A continuación les transcribo uno de ellos. Es conmovedor:
La paz que busco
Después de una semana dura de trabajo, donde la vorágine cotidiana me obliga a competir con mi amigo y a negociar con mi hermano para poder sobrevivir, los viernes a la noche me desprendo de mi traje y mi corbata y me pongo mi campera y mi bufanda y salgo a las calles frías de Constitución y Barracas con un termo debajo del brazo en busca de los cartoneros.
A poco caminar, en cualquier esquina del barrio, los encontramos hurgando lo que nosotros tiramos.
Luego de servirles un vaso de mate caliente y una porción de torta comienza lo otro, lo diferente, lo importante para nosotros, aunque luego descubrí que era importante también para ellos: El dialogo, ellos siempre están dispuestos a contarnos de lo que les pasa, de sus familias, de lo que perdieron, de lo que extrañan, de lo que piensan, de lo que quieren.
Es en ese momento donde se produce la magia, la transmutación de los roles, donde se cambian, se mezclan y se trastocan los personajes:
El cura se cree cartonero, el cartonero se vuelve misionero, los misioneros nos volvemos magos, los malos nos creemos buenos los buenos nos creemos malos y en la noche destemplada de junio, yo mendigo una palabra que me caliente el alma. Es que me transformo en cartonero para buscar entre la basura aquel pobre Cristo agradecido que me extienda su mano “sucia” a cambio de un vaso de mate caliente.
No se por que misterio, se produce una simbiosis, donde en un gesto de agradecimiento mutuo, unos agradecen un poco de calor en el estomago y otros un poco de calor en el espíritu, aunque no puedo darme cuenta quienes son “los unos” y “quienes los otros”.
Entonces me doy cuenta que no somos tan distintos, nosotros también perdimos cosas y hoy extrañamos eso que nos hace falta, y si nos miramos bien, también tenemos las manos un poquito sucias de hurgar en la “basurita” que tenemos en algún rincón oscuro de nuestro corazón. Por eso nos identificamos con ellos y cuando nos identificamos con el que nos necesita llega la reconciliación y la paz.
Si, yo necesito de esa mano que se ensucio con la basura porque he sentido en lo profundo de mí que con su apretón de manos, con su beso y con su sonrisa, el cartonero me transmite su paz, la paz que busco.
Por eso, sé que esta paz, la que nos deseamos todos los viernes en la iglesia, cuando nos despedimos, es la que nos trasmitió, momentos antes, un Cristo Roto, un Cristo Cartonero.
Alberto Delfino
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